Inicia el día con la casa vacía y la ventana dejando entrar al mundo entero en forma de insolente luz. Nada perdona la claridad. Nada perdona la templanza.
Sé que hoy pasará. Isabel llegará, tras sentarse, dejará las flores a un lado -un fragante bouquet de rosas y astromelias- y abrirá su libro. Jugará, jugará a leer a Proust. Del otro lado en este universo dividido por un traidor ventanal, Eugenia le dirá que sí, que debe entrar ya.
La vida te susurra al oído cuando quieres ver y te abofetea cuando quieres oír.
Espero ansioso. La puerta se abre y toda Isabel irrumpe. El tiempo ha urdido una tregua. Sólo esto existe.
Veo lo que dicen. El silencio espía conmigo.
Isabel y su labios fraguan una partida: "Tu cabello es como fuego que se besa con el viento, Eugenia".
Eugenia cierra el gozne sin palabras. Sus dedos sobre el cuello de Isabel dicen "no puedes perder a quienes no existen".
Afuera un cadáver de flores. Adentro, brotes de música y sonrisas.
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