Sunday, July 30, 2006

CEDRÓN



Otra vez es pan tostado y fruta.
Una pieza solamente.

Otra vez es de mañana en bata blanca. En cuarto blanco.

Desde la ventana puedo ver los gritos de los niños que van a la escuela elevarse por encima del árbol. Puedo oler los susurros de los amantes que se despiden de mañana. De los amantes que son clandestinos, que no avisan.

Este viejo edificio deja escapar muchas de sus voces. Las deja ir, pareciera que ya no le importa, como si fueran cualquier cosa, justo a esta hora del día y como aperitivo de tan apetitoso desayuno. Norma le grita a su madre, le pide ayuda, porque no quiere morir quemada. Norma nunca quiere morir quemada, ni por pura consideración con los demás inquilinos.

También justo antes de que suene la campana de las siete de la mañana, escucho los jadeos de la enfermera y el pasante. Sus voces suenan como a cansancio matrimonial y a morbo, a risa precoz y orgasmo de risa. Ese sonido se mete por la habitación y la llena, se queda todo el día y debo confesar que a veces... espero con ansia poder escucharlos.

Sólo se que sus nombres son Edgar y Otilia. Sólo sé que ella tiene mas de cuarenta y cinco y que siempre dice que nacio en el 70. Es todo lo que sé de ellos pero lo demás lo imagino.

Mientras ellos creen que miro perdido la ventana, me doy cuenta de como se tocan, detrás de mi. Tal vez piensen que no soy más que un mueble viejo y roído... pero los veo, siento lo que hacen y me uno a ellos sin que se den cuenta. Somos tres entonces. Aunque ellos no se den cuenta.

Luego como todas las mañanas, después de su jadeo y de los gritos de Norma tomo mi desayuno.
Pan tostado y fruta.
Sólo una pieza como siempre.
Té.
Sólo una taza como siempre.

Esta mañana fue cedrón. Es un té raro. Casi nadie sabe de él.
Pero a mi me sabe a mimos de abuela y polvorones dulces.
Sólo un polvorón como siempre.

Esta mañana también... sucedió algo que sabía que pasaría desde días antes.
Esta mañana se murío el gorrión que platicaba conmigo todas las mañanas.
El que me contó que Juan el novio de Clara... la del cuarto vecino en realidad no existió nunca.
El que me dijo que Edgar el amante de Otilia también tiene amoríos con una de las afanadoras.
Se murío el gorrión.
Sólo una vez se puede morir.

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Y lo miró desde la ventana... perdido.

Sunday, July 23, 2006

ASPIRINAS

Y de repente. No se hace. No se dice nada.

Afuera esta lloviendo de nuevo y comienzo a creerme que en realidad no me gustan tanto los días lluviosos.
Una vez me dijiste que un día sin sol no es día. Y yo refuté, grité, alabé entonces a los días de lluvia, grises con gotitas cayendo todo el día. Gotitas todo el día.

Una vez me dijiste que nunca nada cambiaría las cosas mejor que una plática larga y tranquila. Con palabras como aspirinas. Y que las rosas son una buena opción.
Un día me dijiste que me gustan las rosas. Y te dije que no. Y tu me dijiste que me gustan las rosas. Y yo te dije de nuevo que no.

Y de repente. Se pasaron los días.

Y no tengo, no tengo la historia de aquel al que dejaron una noche apenas con tres meses de vida.
Tampoco aquella del que muere de amor. Ni siquiera la que dice que me quedan pocos días... no las tengo, no tengo esas historias.

Pero duele raro... en el centro. Duele.

Me desperté pensando en lo frío que era el día.

Ya no son días tan fáciles. Tal vez es porque es un domingo por la noche (o madrugada de lunes).
O tal vez porque ya no tenemos esas largas pláticas.

Pero los días se pasaron.

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Y tu me decías que me gustaban las rosas. Y yo decía que no.
Por eso ahora las vendedoras de rosas me espantan. Por eso no me gusta la ensalada sin aliño.
Por eso ya como yoghurt. Por eso me acuerdo de ti cada vez que veo color verde olivo.
Ayer dormí... pero no hice nada.
Sólo dormí...

Wednesday, July 05, 2006

NIÑO MUERTO

Cuando se apagaron las luces de la otra casa supo que no quedaba mucho tiempo.
Pudo sentir como el último suspiro escapaba como niño asustado hasta perderse en la noche.
Pudo sentir el sudor frío corriendo por la espalda, pudo ser ese niño y sintió lo mojado del suelo en sus plantas.

Volvió a ser ese niño pero ahora sus dedos eran casi azules, de frío, ahora sus párpados eran casi transparentes, de miedo.

Casi pudo haber contado los pasos apresurados de ese niño escapando de sus espantos, y pudo ser también ese espanto que recorrió cada uno de sus nervios. Pudo ser entonces cada uno de esos nervios.

La espalda sigue fría.

Recordando, dió con la imagen del capullo saliendo de su boca, encontró también entre el polvo y los retratos antiguos una frase que nunca se borrará de la mente. Se dió cuenta que su voz aún tránsita por los libros a medio leer y los cigarros que se apagaron a la mitad.

Ese niño que es suspiro, casi azul, pero también blanco no irá a un lago de azúcar. Ese niño no se sentará más a la orilla de este a contemplar las palabras que balbucea el agua.

Cuando se apagaron las luces de la otra casa se dio cuenta de que el niño agonizaba. Su aliento -indiferente al aire- se mete por la nariz provocando a la boca como algodón de azúcar. El niño se esta muriendo pero ahora no importa.

Que se muera.

Ese niño del que pudo ser nervio y frío, se murió momentos después de que se apagaran las luces de la otra casa.

Y ahora por lo menos por algún tiempo, nadie habitará el sótano de sus pensamientos ni volará un cometa con la ventisca de sus palabras.

Ahora por lo menos... por algún tiempo.


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A la mañana siguiente, despierta, con la espalda húmeda aún, pero con párpados ópacos.
Al menos por algún tiempo... despierta.