De las cuatro mesas que había afuera sólo una estaba ocupada. En ella, una niña comía lentamente y casi con asco lo que quedaba de un pedazo de carne. El silencio entre sus padres pesaba más que la noche y aunque no lo sabían, en un futuro no muy lejano, ella, a quien llamaremos Adeline, sabría que desde ese momento ese par de humanos se separaría para siempre. Serían para siempre sus padres, pero nunca más una pareja. Corría el año 2076.
Dentro, las mesas estaban llenas. El 'Cafe du Lune' era todo un éxito. Entre los comensales resaltaba la presencia de una delicada mujer, tan frágil como una pieza de cristal y con el color de todos los mares contenido en los ojos. Una vela, un plato con vegetales al vapor y una copa llena de agua mineral completaban el melancólico cuadro. Su corazón latía agitadamente aunque nadie podía notarlo. Esperaba paciente la llegada del destino, la confirmación del amor eterno en forma de la mujer que desde hacía tiempo había fungido como promesa sobre la que edificó sueños que traspasaban la barrera de los tiempos, esos esquizofrénicos efebos en quienes nadie puede confiar. Corría el minutero más lento que nunca.
Nadie llegaría y ella, a partir de entonces, comenzaría a languidecer lentamente. Su muerte, ocurriría unos días después sobre la cama de su propia casa, producto de un exceso de parixitólicos. Sería como un mudo homenaje a las posibilidades y al silencio.
Vibraba el tedio en otra de las mesas, en la que Ana, quien antes fue un hermoso hombre de nombre Isaías, guardaba distancia. Carlos, quien siempre creyó ser Carlos, se había cansado de no conocer nunca la razón de sus silencios y lo oculto en sus palabras. Pretenderían para su siempre, ese que sólo ellos podrían definir, que formaban algo. A los dos les llegaría el final en 2090, justo después de que se descubriera un raro ser con ADN distinto a todo lo conocido en la Tierra. Tras morir, y apelando a la usanza de aquel año, serían convertidos en trozos de caliza para retornar a la piedra de la que surgieron. Piedra sobre piedra y por siempre piedras.
Rodaba el mundo, ascendía en vertical, moría en equinoccio. Nadie nadie lo notaba tampoco.
Arriba de todos ellos, coronando el festín del desencanto, ocurrió un milagro que nadie nunca llegó a ver. Desde dos puntos y tierras distintas, tiempos sin orden y corrientes de aire encantadas, dos felinos sin nombre se reconocieron en sus miradas. Sin dudarlo se juntaron y olfatearon su cercanía. Voluntarios del entonces, hicieron de narices corazón y de latidos una oda. Maullaron. Se supieron, fueron y sin prometerlo, se destinaron uno al otro. Dos amores que formaron sólo uno surgido de la marejada de lo inconcluso. Eternidad. Inmortalidad.
Arriba de todos sin que nadie los viera, un milagro.
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Dicen por ahí que los gatos no tienen dueños, que se bastan a sí mismos... que a nadie pertenecen...
3 comments:
La mesa de afuera estaba sola, en el lomo contenía carne podrida que la madre de Adeline tragaba.
La mesa sola recordaba el alma de tronco del cual fue arrancada.
Sola para ellos oliendo a pimientos, sola para ella oliendo a campo.
Y allá donde se inventan los
sueños no hubo suficientes
para nosotros.
A. Ajmátova.
(A partir de hoy, felices días, por cierto)
Feliz Añoo!! Fausto
Mis mejores deseos
que venga mas Exito!!
que venga mas letras
que venga la inspiración
para perpetuar esa poesia
que solo tu sabes ahcer
abrazoos y besos!!
Saluuuuud! :)
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