Pequeñísima
estrella,
parecías
para siempre
enterrada
en el metal: oculto,
tu diabólico
fuego.
Un día
golpearon
en la puerta
minúscula:
era el hombre...
'Oda al átomo'
Pablo Neruda
Cuentan por ahí sobre la muerte de las ninfas. Alguien con hoz en mano deshizo el canto de quienes fueron en un tiempo el soplo de viento que alimentó los anhelos de un mundo luminoso.
Los sátiros, antes pendientes del deseo, fueron acusados de apostasía. Condenamos al rincón de los pantanos la lumbrera que iluminaba la ansiedad de una caricia. Hiede ahora la carne de los soñadores y nos dejamos ir con el viento, desgarrando piel y hueso de lo que no queremos ser...
En un minuto a destiempo sucumbieron a su vez la verdosas y fragantes driadas. No hay nadie más en el bosque, nadie más bajo el rocío y ningún cántico espectral que adore al rey sol. El concreto huele a frío y los cristales son a su vez puerta y amenaza. Ya no miramos el cielo, ya no cerramos los ojos...
Condensada la parsimonia queda poco que decir. Sobran como siempre palabras, se evaporan y tras dejar de ser gotas de agua, se elevan en un cielo poblado de imágenes nunca vistas, de canciones no cantadas y de aires que desatan un ballet de la nostalgia.
Sobre tal proscenio de suspiros danzan hadas que conquistan a los faunos que nos cuidaron de niños. Mil nereidas lanzan besos en burbujas que alcanzan las dulces bocas de las musas. Sueño y carne son un mismo designio y destino es un juego en el que todos participan. Allá arriba, sobre el proscenio de suspiros al que llaman cielo, hay un halo que acaricia a quienes voltean a verlo.
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Cambia todo, cambia el cielo...