
Llegan.
Las luces llegan, se encienden. Las luces.
La gente llega, la gente enciende. Desde las velas en las mesitas de los cafés, los faros en las calles solas, los foquitos en la cabecera de la cama, las lámparas en la mesita de noche.
Se apagan.
Una noche se enciende un automóvil. La carretera es larga, ha llovido todo el día y la ciudad vive una de esas noches en que tiene un buen olor. Huele a lluvia. Huele a lluvia sobre ciudad.
El auto avanza sin destino final, sólo avanza... busca... avanza...
El olor a lluvia despide. Es la despedida más dulce que puede darle a alguien que la ha sufrido tanto. La ciudad entonces parece silenciosa, como escena final de una película las luces parecen alargarse.
Desde un auto y con las manos al volante, en el asiento de un avión, en un asiento de metro, la ciudad despide, la ciudad desprende.
Las luces se encienden, se apagan.