A todos... porque todos somos humanos.
Él le regaló un "somos"que fue para ella la más brillante de todas sus joyas.
Por días que vestían a los meses y meses que enamoraron a los años lo usó como un dije -justo encima del corazón-.
Ese "somos" como si fuera semilla germinó en la cabeza de una reina que apenas nacía, una de esas reinas que habitan castillos y enamoran caballeros, que crecen en páginas ilustradas con dibujos brillantes y dragones dorados.
A todas estas imagenes con páginas numeradas las llamo vida y las hojeó mil veces... Pero "Fantasía" es una mujer vestida de sueño y luz pero con dolor y lamentos como sangre y alimento....
Un día... el regaló un "seremos" que alguien más esta vez envolvería en su sexo.
Fantasía, hambrienta arremetio ofendida y al morder su cuello, no sólo encontró sangre, se dió un festín de alientos y además rompió el dije con el "somos" como centro.
Ella despertó al otro día sin nada en el cuello, sin siquiera un razguño.
Camino desnuda por el que fue un día castillo y hoy... sólo otro departamento.
No encontró coronas ni encajes. Se quedó desnuda.
Con el tiempo decidió mudarse al cielo. Habían llegado los seres que la llevarían. Lleno de nubes blancas con algo suave por dentro es el palacio en el que ahora vive esta reina que recién decidió convertirse en hada.
Ahora su vestido esta bordado de aislamiento.
*********************************************************
Son las tres de la tarde, falta una hora para el cambio de turno. Las enfermeras se preguntan que fue lo que pasó, "esta tan bonita", dicen algunas... otras sólo siguen su día sin detenerse a pensar. A diario llegan casos así. A diario. Pareciera que no existen más los cuentos.
Wednesday, January 24, 2007
Friday, January 19, 2007
NIÑA
Las flores se secan tarde o temprano, pero algunas durán años.
Tenía apenas unos meses cuando su llanto ya retumbaba no sólo en los cajones vacíos del ropero de su madre, también en los floreros, en las mesas, hacía temblar incluso cada ladrillo de la vieja casona que hace ya tantos años abandonaran todos.
Su llanto traía de nuevo los gritos de desesperanza y terror de los niños -hoy mayores- que encontraron a la anciana muerta. La ancianita que con su caída desde un segundo piso se llevó la llave y el mapa de regreso a la casona abandonada.
El llanto de la niña, más que nunca, más que nada, levantaba una polvareda tóxica con pedazos de recuerdo, piedritas amontonadas, vestidos nuevos, caballitos de plástico y los sueños de nueve niños a los que nadie fotografío juntos nunca.
Se escuchaba en el rumor del viento que en cada rincón los llamaba a todos recordándolos por su nombre, aunque cada uno olvidara entonces como es que se llamaba; para por unos momentos más continuar con lo que hacían.
Seguía llorando y cuando de repente decidía -porque sí, ya decidía- quedarse callada, el silencio que producía envolvía a todos, en aquél viejo departamento de pisos grises donde la luz era como un fantasma siempre sentado en su amplia estancia.
Con el paso del tiempo se acostumbraron al rumor y el viento dejó de llamarlos en cada espacio. Recordaron todos sus nombres y siguieron sus vidas creyendo que creían y llorando lo que no veían.
El grito de la niña -hermano del aroma- se quedó guardado en los alhajeros de madera y laca, entre las cuentas de los collares, fue hilo en los surcidos de las telas y el polvo de tiza que manchaba los vestidos. El aroma a su vez se volvió con el tiempo la cucharada en la taza de café negro y el motor de la máquina de coser, la llamada en navidad y la puntada inglesa en un suéter. Se volvió también la palabra "hermano" y mutó para terminar siendo un agudo "papá" tan pesado y aún presente, como lo fue su primer llanto.
Con el tiempo sus sonrisas abrillantaron lo contenido en las vitrinas de la abuela y lo colgado en los cuadros de la sala. Fueron quizá todas las explicaciones nunca dadas las que buscaron las palabras de un abuelo a quien nadie conocimos. Fue el aleteo de mariposas que levantó el polvo y que aún nubla los ojos, apaga las veladoras y corta las uñas a su hermana.
La niña se fue un día esperando una llegada.
Un reloj de manecillas que marcaría el aniversario de la primera de las despedidas.
Hacía tiempo que había dejado de llorar para enseñar a los demás como creer.
El dia de la llegada, explotaron los llantos y se cerraron los puños. Se bañaron las mejillas con brillantes lágrimas de esos nueve niños, y los niños de esos nueve niños y también de los niños que siempre seremos.
La niña se fue un día esperando una llegada. Abuelo. Niña.
*****************************************
Aún cuelga la foto con fondo azul donde usas un vestido rojo.
Aún cuelga el cuadro desde donde nos miras con lentes de armazón oscuro y corbata.
Aún y siempre.
Para los niños, y los niños de los niños. Y los niños que seguiremos siendo.
Tenía apenas unos meses cuando su llanto ya retumbaba no sólo en los cajones vacíos del ropero de su madre, también en los floreros, en las mesas, hacía temblar incluso cada ladrillo de la vieja casona que hace ya tantos años abandonaran todos.
Su llanto traía de nuevo los gritos de desesperanza y terror de los niños -hoy mayores- que encontraron a la anciana muerta. La ancianita que con su caída desde un segundo piso se llevó la llave y el mapa de regreso a la casona abandonada.
El llanto de la niña, más que nunca, más que nada, levantaba una polvareda tóxica con pedazos de recuerdo, piedritas amontonadas, vestidos nuevos, caballitos de plástico y los sueños de nueve niños a los que nadie fotografío juntos nunca.
Se escuchaba en el rumor del viento que en cada rincón los llamaba a todos recordándolos por su nombre, aunque cada uno olvidara entonces como es que se llamaba; para por unos momentos más continuar con lo que hacían.
Seguía llorando y cuando de repente decidía -porque sí, ya decidía- quedarse callada, el silencio que producía envolvía a todos, en aquél viejo departamento de pisos grises donde la luz era como un fantasma siempre sentado en su amplia estancia.
Con el paso del tiempo se acostumbraron al rumor y el viento dejó de llamarlos en cada espacio. Recordaron todos sus nombres y siguieron sus vidas creyendo que creían y llorando lo que no veían.
El grito de la niña -hermano del aroma- se quedó guardado en los alhajeros de madera y laca, entre las cuentas de los collares, fue hilo en los surcidos de las telas y el polvo de tiza que manchaba los vestidos. El aroma a su vez se volvió con el tiempo la cucharada en la taza de café negro y el motor de la máquina de coser, la llamada en navidad y la puntada inglesa en un suéter. Se volvió también la palabra "hermano" y mutó para terminar siendo un agudo "papá" tan pesado y aún presente, como lo fue su primer llanto.
Con el tiempo sus sonrisas abrillantaron lo contenido en las vitrinas de la abuela y lo colgado en los cuadros de la sala. Fueron quizá todas las explicaciones nunca dadas las que buscaron las palabras de un abuelo a quien nadie conocimos. Fue el aleteo de mariposas que levantó el polvo y que aún nubla los ojos, apaga las veladoras y corta las uñas a su hermana.
La niña se fue un día esperando una llegada.
Un reloj de manecillas que marcaría el aniversario de la primera de las despedidas.
Hacía tiempo que había dejado de llorar para enseñar a los demás como creer.
El dia de la llegada, explotaron los llantos y se cerraron los puños. Se bañaron las mejillas con brillantes lágrimas de esos nueve niños, y los niños de esos nueve niños y también de los niños que siempre seremos.
La niña se fue un día esperando una llegada. Abuelo. Niña.
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Aún cuelga la foto con fondo azul donde usas un vestido rojo.
Aún cuelga el cuadro desde donde nos miras con lentes de armazón oscuro y corbata.
Aún y siempre.
Para los niños, y los niños de los niños. Y los niños que seguiremos siendo.
Monday, January 15, 2007
ENVOLTORIO
Necesitaba caminar.
Pensó en despedirse, pero eso lo haría demasiado obvio.
Abrió el tubo de dentrífico dejándolo así. Dejó la cortina corrida y la tapa del retrete arriba. La luz blanca se volvió azul al entrar por la ventana y se derramó sobre casi todo a su paso, pero esta vez no dijo nada, esta vez la luz decidió quedarse callada, sin hacer siquiera una mueca. No le habló.
Frente al espejo intentó una sonrisa que murió siendo un vago intento de un gesto débil -nonato-. Intento hacerlo al imaginar lo que diría ella al volver.
Cerrar o no la puerta del baño parecía la decisión más importante del día, al final ni siquiera recordaría responderla.
Entró en la alcoba y se encontró con sabanas blancas que sobre la cama se convirtieron en ese momento en el desierto más árido por el que jamás caminaría, un desierto que le hablaba reclamando cosas que se quedaron en el aire como tormentas de arena y sal.
Abrió el cajón del buró y sacó de él un dije de colmillo engarzado en una cadena de plata. Desprendió de la agenda la hoja que marcaba la fecha del día e hizó un envoltorio con ambos.
Lo guardó en la bolsa del pantalón.
Llevaba puesta una playera negra -la misma que llevaba aquel día de hacía ya cuatro años- , jeans y unos converse blancos. Un estambre color rojo en la mano izquierda como único accesorio que pesaba tanto y quemaba como un grillete al rojo vivo.
Se pusó perfume y no necesito guardar nada.
Bordados en los bolsillos iban los recuerdos de años nuevos, navidades y cumpleaños, de estrechez económica y desempleos. De mañanas y tardes, de avidez y de llanto.
Trato de dejar guardados cuantos buenos momentos podía, pero esas no son cosas que se pueden guardar en un cajón pues se terminan saliendo y cambiando de color, se mezclan en el ambiente dando a este un olor nuevo, incapturable y casi eterno.
Llamaron entonces a la puerta.
No abrió, ya no importaba, sabía que eran todos los remordimientos que esta situación podría causarle, eran ellos los que frenéticamente estaban queriendo entrar de nuevo.
Más tarde cuando salío; los espiritús de estos no hicieron más que pretender guardar silencio -como si este pudiera guardarse-.
Necesitaba caminar y entonces lo hizó.
Se fue un dia de mañana luminosa y tarde dorada.
Sin notas y sin maletas fue a encontrarse con quien en ese momento podía únicamente ofrecerle un boleto del bus y un pasaje con sabor a promesa -envuelto en una hoja de agenda con fecha de cuatro años antes-.
En la terminal, las manos se juntaron por debajo de las bancas. Espera silenciosa. Central. Casa.
Tal vez ya estaba en casa.
Pensó en despedirse, pero eso lo haría demasiado obvio.
Abrió el tubo de dentrífico dejándolo así. Dejó la cortina corrida y la tapa del retrete arriba. La luz blanca se volvió azul al entrar por la ventana y se derramó sobre casi todo a su paso, pero esta vez no dijo nada, esta vez la luz decidió quedarse callada, sin hacer siquiera una mueca. No le habló.
Frente al espejo intentó una sonrisa que murió siendo un vago intento de un gesto débil -nonato-. Intento hacerlo al imaginar lo que diría ella al volver.
Cerrar o no la puerta del baño parecía la decisión más importante del día, al final ni siquiera recordaría responderla.
Entró en la alcoba y se encontró con sabanas blancas que sobre la cama se convirtieron en ese momento en el desierto más árido por el que jamás caminaría, un desierto que le hablaba reclamando cosas que se quedaron en el aire como tormentas de arena y sal.
Abrió el cajón del buró y sacó de él un dije de colmillo engarzado en una cadena de plata. Desprendió de la agenda la hoja que marcaba la fecha del día e hizó un envoltorio con ambos.
Lo guardó en la bolsa del pantalón.
Llevaba puesta una playera negra -la misma que llevaba aquel día de hacía ya cuatro años- , jeans y unos converse blancos. Un estambre color rojo en la mano izquierda como único accesorio que pesaba tanto y quemaba como un grillete al rojo vivo.
Se pusó perfume y no necesito guardar nada.
Bordados en los bolsillos iban los recuerdos de años nuevos, navidades y cumpleaños, de estrechez económica y desempleos. De mañanas y tardes, de avidez y de llanto.
Trato de dejar guardados cuantos buenos momentos podía, pero esas no son cosas que se pueden guardar en un cajón pues se terminan saliendo y cambiando de color, se mezclan en el ambiente dando a este un olor nuevo, incapturable y casi eterno.
Llamaron entonces a la puerta.
No abrió, ya no importaba, sabía que eran todos los remordimientos que esta situación podría causarle, eran ellos los que frenéticamente estaban queriendo entrar de nuevo.
Más tarde cuando salío; los espiritús de estos no hicieron más que pretender guardar silencio -como si este pudiera guardarse-.
Necesitaba caminar y entonces lo hizó.
Se fue un dia de mañana luminosa y tarde dorada.
Sin notas y sin maletas fue a encontrarse con quien en ese momento podía únicamente ofrecerle un boleto del bus y un pasaje con sabor a promesa -envuelto en una hoja de agenda con fecha de cuatro años antes-.
En la terminal, las manos se juntaron por debajo de las bancas. Espera silenciosa. Central. Casa.
Tal vez ya estaba en casa.
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